El pueblo Almonteño, fuertemente agarrado a su
tradición, acostumbra aclamar a la
Virgen con ese nombre que sus antepasados dirigían al Espíritu Santo: ¡Viva esa
Blanca Paloma!
Esa blanca paloma era el Espíritu Santo, que desde que
le fue cambiado el nombre a la Virgen, se puso en el camarín, sobre la cabeza
de la Señora, y en el techo del palio, y
hasta bordado en el centro de su manto Al Espíritu Santo, pues, se dirigían
esas aclamaciones. Borrado del conocimiento del pueblo, con el correr de los
tiempos y la general incultura religiosa, el profundo contenido teológico y de
espiritualidad de la devoción rociera, el ¡Viva esa Blanca Paloma! fue
entendido por todos, los de casa y los de fuera, como dicho por y para la
Virgen.
En el lenguaje
bíblico, la paloma no es sólo figura y símbolo del Espíritu Santo, sino que
significa y representa también al pueblo de Israel, al pueblo de Dios, a la
comunidad perfecta de la gracia mesiánica, a la Iglesia.
La paloma,
símbolo del Espíritu Santo y de la Iglesia –de María también como tipo y figura de la Iglesia-, viene a ser en la
devoción rociera signo de la vinculación del estrecho nudo que existe entre el
Espíritu Santo, María y la Iglesia. A la Virgen del Rocío le viene propia y
exactamente dado ese bello piropo bíblico de Blanca Paloma.
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